Campanas de boda para S. Valentín

cupidoAfortunadamente se están rompiendo muchas barreras y el  matrimonio se ha convertido en un derecho. Pero faltaba dar el paso definitivo y L.G. lo dio. L.G. ha decidido casarse por fin. Quiere hacerlo y luchará por conseguirlo. Ninguna barrera social ni legal se le pondrá por delante ¿Por amor? ¿Por necesidad? Hay quien dice que por las dos cosas a la vez. Hay quien dice incluso que las dos cosas remiten a lo mismo. Al menos en este caso. L.G. es el antihéroes postromántico: va a casarse con alguien a quien conoce de toda la vida y a quien nunca ha querido. Parece una grotesca contradicción. Pero L.G. ha ido madurando. Ya no es ese muchacho imberbe que enamorado de una vecina no dormía en toda la noche escribiendo versos que la enviaba desde la ventana en forma de avión. L.G. Ya no es ese jovencito para el que el corazón siempre vencía a la razón y así debía ser, para quien lo útil siempre era enemigo de lo bello y que no concebía el amor sin sufrimiento. No, L.G. ya no es quien se arrojaba en brazos de la muerte por un abandono, quien no veía el futuro sin la mujer que amaba a su lado. L.G. es un nuevo hombre, quizá el nuevo hombre. Varón, mujer, heterosexual, homosexual, todo eso da igual. L.G. es el hombre con mayúsculas, ese que buscaba Diógenes con una linterna en pleno día y que, a su pesar, Alejandro Magno nunca llegó a ser. L.G. va a casarse con alguien, como un compromiso, no porque le quiera sino porque tiene que aprender a quererle, porque sabe que, aunque ha sido quien más daño le ha hecho, han de caminar, vivir y dormir juntos lo que le quede de vida. En lo bueno y en lo malo, hasta que la muerte… Y le da igual que le digan que eso no es romántico. Es sobrevivir. L.G. va a casarse el próximo día de San Valentín consigo mismo.

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